De lenguas y letras

0 comentarios

Cuando me pidieron que formara parte del grupo de personas que aportan sus ideas y opiniones en este blog, empecé de inmediato a buscar mentalmente algún tema apropiado para comenzar mi aparición bloggera.  Evidentemente mi trabajo en biblioteca, mi formación como lingüista y mi gusto por las letras influyeron en la decisión final: escribir algo relacionado con la lectura, en especial sobre el significado que para cada individuo encierra el acto de leer.

Según la Real Academia de la Lengua Española, leer es “pasar la vista por lo escrito o impreso, haciéndose cargo del valor y significación de los caracteres empleados, pronúnciense o no las palabras representadas por estos caracteres”.

Para mi gusto, esta definición restringe demasiado el significado de la lectura, puesto que a través de ella no sólo se entiende el escrito desde el punto de vista semántico, sino que también se intenta comprender el pensamiento de un autor, el cual ha sido plasmado en un texto.  Incluso, no sólo es comprender cabalmente lo que el escritor quiso entregarnos, sino también lo que nosotros podemos extraer de aquel texto que interpretaremos según nuestras vivencias y nuestra relación con el mundo que nos rodea.

Así la lectura se convierte en un acto mucho más complejo que simplemente pasar la vista por un escrito, significa también comprenderlo, interpretarlo, aprehenderlo.

La lectura: ¿placer?... ¿malestar?...

El acto de leer se encuentra situado en los extremos con respecto a la escala de gustos de los seres humanos, encanta o abruma, no existen términos medios.  Jamás he escuchado a alguien que diga “sí, me gusta leer, pero no mucho”.  No, la lectura es un acto que exige completa entrega, es un amante que exige fidelidad absoluta.  Y aquellos que hemos sido absorbidos por su poderosa atracción, sabemos que es imposible zafarse de ella; para quienes hemos descubierto el deleite que pueden provocar unas cuantas páginas, la lectura se transforma en un verdadero placer.

Lamentablemente este placer no puede ser heredado ni aprendido de otros. Por eso, por mucho que un padre intente a través de sermones y discursos inculcar el amor por la lectura, probablemente no logrará convertir a su hijo en un buen lector, así como tampoco lo hará un profesor que como parte de la táctica, envía lecturas obligatorias mensuales para sus alumnos. 

Y si no es así, entonces ¿cómo podemos conseguir traspasar el gusto por la lectura?

Creo profundamente que la forma más adecuada de hacerlo es mostrar a los demás el placer que le provoca a uno la lectura. Pues, aunque resulta cierto que a través del acto de leer se amplia nuestra visión del mundo y  la comprensión de él, tal vez no sea ésta una razón potente para dedicar tiempo a la lectura, sobre todo para los niños porque puede que no entiendan el sentido de ello, y tampoco para los adolescentes que buscan precisamente ser contracorriente e ir en el sentido inverso de lo establecido.  Por lo tanto, ¿que nos queda? Simplemente demostrar que la lectura no tiene porqué tener una finalidad utilitaria, que se puede leer por mera diversión, y que esta diversión puede llegar a ser realmente fascinante.

Para ello resulta necesario también dejar claro tanto a los que se están acercando a la lectura y sobre todo a aquellos que buscamos elevarla de categoría y lograr que no se la mire como un castigo, es que se tiene derecho a leer lo que más guste a las personas sean los clásicos de la literatura o los best sellers de moda; pues muchas veces aquellos que nos consideramos asiduos lectores no consideramos como lectura propiamente tal la de los cómics. (Punto aparte es mencionar que para otros nuestras lecturas también pueden parecer nimiedades).

Frente a esto nunca debemos olvidar que lo importante es precisamente dejar abierta la puerta de entrada al mundo de la lectura, y para tales efectos no podemos imponer ciertos títulos o estilo, y tampoco podemos dar como guía de referencia esos tantos libros que se encuentran hoy en día en librerías como por ejemplo  “1001 libros que hay que leer antes de morir”, pues cada persona tendrá su propio listado de imprescindibles. Lo esencial es que las personas logren una conciliación con el acto de leer y no lo vean como algo desagradable, sino por el contrario que logren sentir ese goce que experimentamos nosotros cuando nos sumergimos en un libro.

Ese goce, ese placer que nos provoca la lectura es lo que debemos transmitir, más que teorías y razonamientos lo que debemos intentar hacer es que el otro perciba las sensaciones, las emociones y las impresiones puede provocar la lectura, que muchas veces suelen ser tan intensas como las que provoca una relación sentimental con el hombre que hemos soñado insistentemente: esa impaciencia por continuar la lectura que nos provoca un libro que nos ha encantado, el no poder esperar más y huir cómo un bandido de nuestras obligaciones cada vez que podemos hacerlo para poder tener nuevamente aquella obra en nuestras manos, sólo para seguir deleitándonos con ella; o la desilusión que nos hacer sentir un libro que hemos esperado ansiosamente tener en nuestro poder, y luego cuando al fin lo hemos conseguido y hemos podido adentrarnos un par de páginas en la lectura, nos damos cuenta de que no es lo que pensábamos, pero insistimos en continuar sólo para que la espera haya valido la pena, hasta que desistimos pues aquel no es capaz de producir en nosotros lo esperado, por lo tanto ya no tiene sentido seguir insistiendo, y lo abandonamos y salimos en busca de otro que sí pueda provocarnos lo que esperamos. 

Cuando somos capaces de entregarnos a las impresiones y sensaciones que nos entrega la lectura, inevitablemente buscaremos comunicarlo pues será grato expresar lo que la lectura ha provocado en nosotros, y anhelaremos también que otros también tengan la oportunidad de verse impactados  por las provocaciones de esa lectura.  Eso es mucho más efectivo y más impresionante para las otras personas, que entregarles técnicas para leer un libro, críticas de una obra en particular o una enumeración de buenas razones para convertirse a la lectura, pues lo que debemos realmente transmitir y lograr que otros comprendan es lo que deja de manifiesto el escritor ruso Vladimir Nabokov: “el encantamiento que produce un buen libro no llena un vacío emocional ni intelectual, sino que llena el alma”.